Ética docente y educación
Los
docentes han tenido un rol esencial en la sociedad desde el principio de los
tiempos. Su labor es primordial en la construcción de una sociedad que tenga
dentro de sus habitantes, humanos que crean convivencias armoniosas y cuyas
creencias y valores enriquecen la sociedad a la que pertenecen.
Dentro de
esta labor docente, el sujeto central de esta es la persona docente, y su formación.
Lo es actualmente y lo ha sido a lo largo de los años.
Aunque la figura central de los procesos de aprendizaje
es el estudiante, estos procesos no podrían darse sin la ayuda, acompañamiento y
conocimiento de un docente. Es el docente, el adulto responsable de que los
procesos de aprendizaje se lleven de manera adecuada en los estudiantes. Sin
embargo, su función no solo se limita a transmitir o fomentar la creación del
conocimiento en los estudiantes, a través de sus propios conocimientos. Cae en
los hombros de docente también ir formando personas integrales.
Esto significa, que la transmisión de valores, y la concientización
acerca de los derechos y deberes sociales de los estudiantes, también debe ser parte
del plan de trabajo de los docentes. Estos objetivos, no necesariamente deben
plantearse de manera individual o centralizada, por el contrario, deben irse
desarrollando y fomentando a través de las actividades de aprendizaje regulares
del docente. Esto quiere decir que la persona docente debe ser responsable de
que sus clases, y las actividades que en ella se desarrollan, lleven de manera implícita
el promover y aplicar comportamientos que sumen a una integralidad del
estudiante. Es decir, tendrá que poner en práctica que actividades que generen
capital social, lo cual (Cortina, 2001), define como:
“aquellas que encarnan los valores de la ética civil, o sea, potencian la autonomía
del profesional y de los usuarios, las relaciones horizontales entre los
miembros de la sociedad y el respeto entre los actores de la comunidad
educativa”.
Entonces, los docentes que además de
cumplir con las bases de su labor, va más allá, será considerado entonces, un
docente ético. En cuanto a esto, Vázquez y Escámez (2010), mencionan que:
Las buenas prácticas docentes generan la confianza de los ciudadanos en el
profesional y en sus colegas de profesión, satisfacen las expectativas sociales
sobre el significado de la profesión y la fiabilidad de la misma para resolver
los problemas personales y sociales. Cuando una sociedad tiene capital social
abundante se facilitan las relaciones de sus miembros, se dinamizan las
energías propias de esa sociedad y se produce desarrollo humano. (párrafo 10).
O sea, en la cotidianidad, el docente debe
ser un agente creador de ciudadanos con valores. Esto, aunado con el
acompañamiento que deben tener las personas estudiantes, deben ser factores que
inclinen la balanza hacia la creación de personas de bien.
¿Por qué es importante que el docente ensimisme esta responsabilidad?
Porque éticamente, el docente tiene una obligación por cumplir con la persona estudiante,
con el centro de formación al que pertenece, y finalmente, con la sociedad.
La responsabilidad de la persona docente no solo abarca dar contenidos, ser
facilitador de conocimientos, y guía en la creación de conocimiento académico.
La persona docente tiene también la obligación de humanizar la educación, al
educando y su realidad inmediata.
En este contexto, la persona docente se convierte en rol y modelo durante
su ejercicio, no solo para las personas estudiantes, sino para sus colegas de
trabajo y para la comunidad en general. Rojas (2011) resalta que “no se es
un profesional sólo por lo que se hace o dice, sino por la integralidad e
integridad manifiesta que pone en juego la personalidad completa de quien ejerce
esta digna profesión (p.4).
Para lograr ese objetivo, la persona tiene el deber de mantenerse en
constante actualización y formación, no solo de su área de expertise sino en las nuevas tendencias en las que puedan verse
inmersas sus discentes. Todo esto con el fin de poder tener una comprensión más
amplia de lo que acontece en el aula y fuera de ella.
En esta línea, es bien conocido que el conocimiento es infinito, y tenemos
la habilidad de aprender infinitas cosas, y nuevas cosas cada día. La persona
docente, así como otros profesionales, tienen la obligación de mantenerse
actualizado en tendencias, estrategias, métodos, e información nueva que pueda
influir en la mejora de la práctica docente. A modo de ejemplo, antes era común
que las personas docentes aplicaran algún castigo físico a las personas
estudiantes si estas no cumplían con una tarea, no cumplían estándares de
comportamiento, o no realizaban las tareas de manera correcta. Esto antes era
aceptado como algo útil y correcto. Sin embargo con el transcurrir de los años,
y con el surgir de estudios científicos que comprobaron que estos castigos traían
consecuencias negativas, este tipo de prácticas
eliminaron. Esto ocurrió gracias a que nuevos estudios surgieron, con
ello una actualización. De la misma forma, la neurociencia y neuro-educación
han traído grandes aportes teóricos a los docentes, quienes ahora podemos
comprender qué y cómo aplicar métodos y estrategias, y el impacto que estas
pueden tener de manera positiva en las personas estudiantes.
Entonces, es por medio de la constante actualización que las personas
docentes adquieren nuevo conocimiento y herramientas para mejorar sus prácticas
docentes, lo cual a final de cuentas, tiene el mayor peso a la hora de que la
persona estudiante logre su éxito no solo en el ámbito académico, sino en otras
áreas de su vida personal.
Se concluye entonces que el papel de la persona docente en la cotidianidad
de su labor, es siempre la formación integral y humanización de sus educandos,
quienes se encuentran en las aulas no solo para obtener una formación
académica, sino para ser formados como civiles con valores, conscientes de sus
obligaciones y deberes para con la sociedad, y por encima de todo, personas que
aporten de manera positiva a la sociedad a la que pertenecen.
Es entonces obligación del docente fomentar la civilidad, los valores, la
integralidad de sus estudiantes, de sus colegas, de su centro, y de su
comunidad. Esto lo logrará por medio de
la aplicación de su propia integralidad al proceso educativo, y por medio de la
constante actualización y búsqueda de nuevas formas de realizar su práctica, que
faciliten y mejoren su propio desempeño, y por ende, el de sus discentes.
Referencias Bibliográficas
Cortina, A. (2001). Alianza y
contrato. Política, ética y religión. Madrid: Trotta.
Rojas, C. (2011). Ética
profesional docente: Un compromiso pedagógico humanístico. Revista Humanidades,
1, 1-22.
Vázquez, V. y Escámez, J. (2010). La profesión docente y
la ética del cuidado. Revista
Electrónica de Investigación Educativa. 2. http://redie.uabc.mx/contenido/NumEsp2/contenido-verdera.html
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